La violencia y la ternura, la traición y la solidaridad, la lucha contra la opresión y la lucha por imponerse y dominar a otros, conviven en las páginas de este libro. Un puñado de vidas en medio de una geografía imaginaria dominada por un río, a cuya vera se construye una ciudad que se transforma en el devenir de los siglos. Por sus aspiraciones, por su ambición, El río que me habita se emparenta con las que suelen llamarse «novelas totales» 𠅊quellas que fabulan un mundo autónomo desde su fundación—, aunque se diferencia de ellas por su carácter fragmentario y, si se quiere, polifónico: más que la geografía, más que la historia colectiva, el autor centra su mirada en un conjunto de historias individuales que apenas se entrecruzan entre sí. En ocasiones, lo legendario y lo fantástico irrumpen, trayendo ecos de las novelas clásicas latinoamericanas, aunque enseguida irrumpen otros acentos de tinte inequívocamente contemporáneo.