Entre la bravura del océano sentimental, destacan por su omnipresencia indiscutible: el Amor, el Miedo y la Soledad. Bucear en sus aguas nos permite reconocer estados placenteros que giran en situaciones específicas dando paso a sensaciones inquietantes.

Poderosas emociones que gobiernan nuestras vidas en alternancia o en conjunción; las de todos los seres humanos. Nos identificamos con quienes tienen el valor de expresarlas, las reconocemos en nosotros mismos. No nos son ajenas.

El Amor, evocador de grandes pasiones, atractivo y engañoso cuando se trata de tomar decisiones importantes. El Miedo, amenazante, tentador de evitaciones insanas y protector ante riesgos innecesarios. La Soledad, bálsamo deseado que acompaña momentos de descanso o reflexión…. y la temida, que sugiere desamparo.

Agazapadas entre los pliegues de esas tres emociones, descubrimos la Ira, la Culpa, la Esperanza, la Frustración, el Odio, la Compasión y ese etcétera en forma de abanico que cada persona puede nombrar como desee, de acuerdo con su experiencia. El cuerpo, con todos sus lenguajes, las muestra a veces con pudor, otras con el júbilo imparable que surge de lo más profundo.