¿Cómo Juan Antonio Llorente –suspenso a divinis por el arzobispo de París por haber publicado su Historia crítica de la Inquisición española– cumplió con las obligaciones que le creó el nacimiento de la «hija sacrílega» que tuvo en 1820 con una tal Mme Houllier? ¿Cuál es el significado de su último testamento? ¿Cómo fundó en París una auténtica empresa literaria? y ¿con qué resultados? ¿Cómo se explica el furor asociativo que le devoró al final de su vida? ¿Cuáles son las precisiones que se pueden aportar sobre su expulsión de Francia y muerte en Madrid? ¿Cuáles fueron sus relaciones con su amigo Liaño? ¿Cómo se cumplieron (o no) sus últimas voluntades? ¿Cómo Léonard Gallois se aprovechó del éxito de la Historia crítica de la Inquisición española? ¿Qué nos revelan los numerosos retratos que se hicieron de Llorente y entre los cuales destaca el realizado por Goya? Estas son las cuestiones a las cuales permiten contestar nuevas aportaciones sobre los últimos años del que fue consejero de Estado y factótum del rey intruso durante la guerra de la Independencia y acabó adhiriendo a la Constitución de Cádiz durante el Trienio Liberal y cuya trayectoria vital, según sus propias palabras, son «trascendentales» a muchos de sus contemporáneos.